Tema 2 epígrafe 2.5 Industria de Entretenimiento y medio de información La televisión como medio de entretenimiento en competencia con las salas de cine 

Aroma a palomitas recién hechas, hileras de humo tabaquil ascendiendo inexpugnables y juguetonas en vórtices imposibles, susurros en la oscuridad y, para los oídos más refinados y capaces, el leve repiqueteo del proyector cercenando las sombras con su rayo de luz. Una sala de cine en apariencia atemporal, pero cuyos más íntimos detalles desvelan el paso del tiempo y el contexto por el que se hallan impregnados. En esta ocasión será preciso visitar las butacas de los años sesenta. Lo primero que se percibe en su presencia es preocupación, piezas temerosas del abandono, abrumadas por una nueva sombra surgida tras sangre y barro de la guerra como promesa de entretenimiento e información. Una caja parlanchina que comienza a invadir los hogares, desde más pudientes a menos, invadiendo la vida doméstica de cada vez más personas. La ilustración con cifras es de lo más reveladora; en Reino Unido se pasó de 1636 millones de espectadores en 1946 a 343 en 1964, mientras que el número de televisores aumentaba de 330.000 a 13.155.000 en esos mismos años. El temor de aquellas butacas es justificado; el cine tenía un nuevo rival. Fue así como una nueva forma de vida fue haciendo aparición, dejando entrever los primeros y diminutos atisbos de lo que sería la vida décadas después, donde la comodidad del salón ganó terreno de forma indiscutible a la experiencia colectiva de una sala de cine, pues las masas cada vez más desgranadas dejaron paso al sentimiento individualista del siglo venidero. Pero ese es otro tema.

Llegada de la televisión a Europa occidental y el cambio de tornas que supuso: https:// www.alianzaeditorial.es/minisites/manual_web/3491295/CAP8/3_TelevisionGlobalizacion.pdf

Es por ello preciso continuar con las andanzas de la nueva protagonista y la despiadada guerra fría que mantuvo con la gran pantalla. El primer movimiento de esta última fue el planteamiento de diversas tácticas para evitar la pérdida de público que comprendía, sobre todo, la implantación de medidas protectoras y la prohibición de emitir en televisión películas con una determinada an-tigüedad que pasaba de los cinco años en Francia, diez en Inglaterra o cuatro en Italia. De esta forma el cine mantenía un cerco de seguridad entorno a sus creaciones, dejando a la televisión la necesidad de innovación, la urgencia de crear sus propias armas que pusiesen fin a la desgastante guerra de trincheras que se había formado. En este contexto es preciso mencionar el nacimiento de las primeras series de televisión, armas que resultaron ser de tremenda eficacia contra la ya algo mermada piel del cine. Un ejemplo que se adapta bien a ello es la exitosa comedia de situación americana I Love Lucy, surgida como potente puñetazo de la televisión a las salas de cine y cuyos entramados internos se muestran de forma más detallada en la obra contemporánea a nuestros días Being The Ricardos. Una nueva forma de entretenimiento que sería imitada en todo el mundo, cuyas fórmulas narrativas no se alejan tanto como parecería a las del cine pero cuyo recipiente es bien diferente.

Javier Bardem y Nicole Kidman en Being The Ricardos

Lucie Ball y Desi Arnaz

Nace así un nuevo formato aunque plagado, eso sí, del eterno machismo de Hollywood y las incansables fórmulas para reducir al máximo la inteligencia femenina en pantalla. Pues al fin y al cabo el recipiente es diferente pero el público disputado es el mismo. Se llegó así a una situación donde, como en cualquier tipo de conflicto, muchos nombres conocidos de Hollywood se hicieron simplemente más ricos, aplicando sus mismos métodos ya empleados bajo en repiqueteo del proyector. Es así como se podría llegar a ver el surgimiento de este tipo de formatos destinados al salón como un nuevo camino totalmente diferente, con infinidad de huecos para fórmulas rompedoras y moldes inimaginables en la narrativa cinematográfica y guiones del indefinido séptimo arte, pero que a fin de cuentas acabaría explorando los mismos territorios una y otra vez. Es horriblemente complicado moldear aquello cuyo estampado huele a dinero.

En España todo lo anteriormente mencionado llegó con retraso, pues la guerra civil y la consecuente implantación del régimen dictatorial colocaron más de un escollo. Por su lado, para hacer frente de antemano a la guerra TV/Cine acaecida en los demás países de Occidente la TV dio sus primeros pasos bajo la sombra de las primeras medidas que comenzaron a poner restricciones a la emisión de películas. A pesar de ello, con cada año que pasaba en la década de los sesenta aumentaba el número de televisores y las horas de emisión. De esta forma y sin la prematura llegada de formatos innovadores al principio como los anteriormente mencionados en EEUU y con una programación plagada de información censurada, la televisión, tal y como se argumenta en numerosas ocasiones durante esta época, podía acceder a un número muy limitado de largometrajes. Sumado a ello, las grandes productoras solían ofrecer filmes muy obsoletos cuya copias no siempre estaban en buen estado.

La emisión de cine en televisión y sus numerosos problemas: https://revistas.ucm.es/index.php/ ESMP/article/view/45097

El problema, pues, no solo eran los inconvenientes de la industria sino, además, la generalmente ínfima calidad técnica de las cintas, la inexistencia de una copia de la banda sonora doblada, en el caso de las películas extranjeras e, incluso por tratarse de diferentes formatos de grabación, un formato muy poco adecuado para la pequeña pantalla.

Guerra TV contra Cine y los diferentes formatos que bailaban en el tablero: https://forucinema.com/ cine-vs-television-la-historia-de-la-rivalidad-entre-pantallas/

Estas cuestiones provocaron que, en los primeros años de los 60, resultase más rentable para televisión española programar telefilms que largometrajes, comenzando así en España un atisbo de imitación de lo visto en EEUU, teniendo en cuenta claro está la censura más férrea característica de estos años. Con todos estos condicionantes se explica que durante buena parte del año 1962 se emitió apenas un largometraje a la semana. Además, si nos adentramos en algo de metacine, en obras como Cinema Paradiso es posible apreciar de forma diáfana cómo la censura moldeaba toda obra que se emitía ya fuera en la gran pantalla o en la caja parlanchina de los salones de países cuya sociedad y forma de vida no percibían más que una insignificante bocanada de “libertad”.

Es por razones como esta que el cine español siempre manifestó estar en crisis, incluso desde antes de la llegada de la televisión. No es justo por ello achacar toda la culpa a la irrupción de este nuevo medio. Los problemas que las salas padecieron y que dejaron su posición debilitada a la llegada de su nuevo rival fueron cultivadas durante prácticamente todo el franquismo y que afectaron, principalmente, a la calidad. En el año 1966 existían en España 8.193 salas de cine, casi el doble que diez años antes. A partir de ese año se produjo una progresiva disminución del número de pantallas y de espectadores contabilizándose, apenas cuatro años después, mil doscientas salas menos. A este fenómeno se le conocería como “pequeña explotación”, es decir, primero los cines de pueblo y posteriormente los de barrio, los que vieron disminuir de forma alarmante el número de espectadores. Ambos tipos de salas acabaron cerrando por falta de rentabilidad, aunque por circunstancias diferentes, la principal acabó siendo la cada vez mayor competencia de la televisión sumada al cada vez mayor precio de las entradas.

El público español de la década de los sesenta se volvió más así más selectivo a la hora de acudir a los cines, característica que perduraría hasta la actualidad. Esto hizo que, poco a poco y a medida que los televisores se hacían más asequibles, los cines de barrio dejaran de tener su razón de ser: entretener durante algunas horas y por un precio razonable al público proyectando películas antiguas. Películas que ahora podían ver en el televisor, arropados por la calidez de su propio salón y con el aroma de sus propias palomitas, abandonados los susurros y prestados al espectáculo de las ahora individualizadas fumaradas y sus piruetas.

Con todo ello encontramos un curioso símil hoy. Como sombras que veíamos desde dentro de la cueva aparecen las nuevas plataformas de streaming, algo más en sinergia con la industria cinematográfica, pero aún así una creciente amenaza a los sentimientos de las mullidas butacas frente a la gran pantalla. Netflix, HBO , Disney + e innumerables marcas más que ofrecen miles de posibilidades para consumir, miles de historias, cientos de emociones y decenas de géneros diferentes de entretenimiento audiovisual. No debería ser de extrañar por lo tanto que en unas cuantas décadas todo vuelva a ser totalmente diferente en cuanto a formato y forma de consumo, pues no hay más potente evolución que cuando se juntan el dinero y el tiempo. La verdadera cuestión ahora es… ¿Seguirán estando las historias que consumimos repletas de subtexto retrógrado, planos sugerentes con fines destructivos e insultantes o personajes ridiculizados como mero alimento para el ganado? ¿Habrá cambiado algo más allá del cubierto con el que engullen los espectadores?