2.4.- La televisión en España durante la transición y la democracia

Televisión como vehículo de democracia a través del debate

Para aquellos entendidos en filosofía, no hay discusión alguna en el hecho de que la evolución que experimentó el ser humano pasando de un pensamiento «mítico» a otro «racional» no podría haber tenido lugar sin un adecuado contexto sociopolítico que favoreciese la libertad individual y el debate público. Es así como el ser humano crea su propia caja interna, decorada con hermosos motivos y punzantes formas que albergan la opinión de cada uno. Elemento que se va alimentando de la propia vida y del contexto que rodea a cada individuo, dando así lugar a diferentes individuos y sus propias cajas de opinión en una sociedad donde la convivencia es, o se supone que debería serlo, fundamental para mantener una armonía que siga sosteniendo la locura atemporal del ser humano. De esta manera se forma un mecanismo de intrincados engranajes y poleas que facilita las relaciones entre seres humanos dotados de individualismo.

Eso sí, hay que decir que se trata de un artefacto especialmente frágil, pues la importancia de este reside en que todo el mundo acepte el sentido en el que estas piezas giran y se muevan en su misma dirección, con diferentes velocidades, tamaños, formas y funciones; pero en la misma dirección…

Frágil y cara sería la correcta forma de describir esta metafórica maquinaria democrática que construye nuestra sociedad.

En el momento en el que exista ese alguien que decida girar en contraria dirección se produce un aflojamiento de toda la sociedad tan trabajosamente hilada (y eso que aún queda una descomunal tarea de costura) cuyo principal enemigo podría sobrellevar sin aversión alguna los adjetivos de odio y egoísmo. Sí, todo aquel discurso que contenga, aunque sea una pizca de odio, imperalismo o una condimentación retrógrada e hiriente, es definitivamente culpable de todos y cada uno de los tropezones y descalabros de la sociedad. A marzo de 2022 esta afirmación podría quedar fuera de cualquier cuestionamiento solo con ver las consecuencias de la horrible condimentación del discurso y acciones de algunos líderes.

Es con todo ello con lo que queda atestiguada la vital importancia que tiene en esta maquinaria la disparidad de opiniones y lo enriquecedor que puede llegar a ser engrasar todas las piezas con buenos debates y honradas elecciones. De ahí que los debates televisivos constituyan un infalible engrasador y un nuevo campo de juegos que aprovechar.

Campo de juegos cuyo legendario inicio va hilado de forma irrefutable a la figura de los dos candidatos a la 35º presidencia de los Estados Unidos; Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy, republicano y demócrata respectivamente. Era 26 de septiembre de 1960 y la primera vez que se mostraba un debate político televisado; por primera vez se veían a corta escala y fluido movimiento los engranajes que tanto trabajo conlleva mantener en correcto funcionamiento. Se celebró en los estudios de la CBS en Chicago y la novedad hizo que 60 millones de personas vieran el debate pegadas a las pantallas de las cajas parlanchinas de sus “cálidos” salones.

Ninguno de los dos candidatos demostró una gran agresividad, sino que se limitaron a señalar sus discrepancias en un tono cordial y amistoso en el que tampoco mostraron interés por profundizar en temas delicados. Mientras que quienes escucharon el debate por la radio dijeron, en encuestas posteriores, que la actuación de Richard Nixon había sido mejor, aquellos que lo siguieron por televisión dieron una victoria aplastante a Kennedy. Esta diferencia deja al descubierto el gran océano que supone añadir imagen a las palabras, postura al tono y gesticulación a las promesas. Kennedy se mostró seguro de sí mismo en todo momento, sonrió y supo manejar su lenguaje corporal. Ganaría las elecciones menos de tres semanas después, el 8 de noviembre, con el 49,7 por ciento del voto popular en una de las elecciones presidenciales más reñidas en la historia de Estados Unidos.

Este es un buen ejemplo de debate televisivo y de lo que su presencia puede llegar a lograr. Es así un engrasador estupendo, al igual que también podría llegar a convertirse en algo peligrosamente inflamable; sobre todo si alguno de los candidatos demuestra su propio engranaje girando en contraria dirección y con obscenos y odiosos fines. Es aquí donde entraría la importancia que la retrógrada actitud de figuras como Donald Trump, que pervirtieron la importante labor de estos debates, no es más que una llama que ilumina las crecientes sombras y recuerda a toda persona dispuesta a escuchar y razonar la importancia de mantener la maquinaria en funcionamiento; pues de echar todo por la borda no sería más que un lamentable método de extinción.

Es momento de centrar la mirada en España, donde todo este decorado llegó muchos años después a causa del franquismo. Lo que suponía la innecesidad total de este tipo de engrasadores, pues durante los años correspondientes al debate de los candidatos americanos la maquinaria en España estaba más que destruida, parada u oxidada; solo un engranaje giraba, que más decir.

Pero cuando este engranaje dejó de girar y dio lugar la transición, el papel de los debates televisados adquiriría la importancia que en los otros países había demostrado tener. Nacía así el debate televisado en España ya en el año 1993 de mano de Antena 3, con Felipe González y José María Aznar como candidatos a la presidencia del gobierno. Es por la corta edad que la democracia suma en España que el total de debates televisados no asciende a más que 12 emisiones, la última correspondiente a las elecciones de 2019. Eso, claro está, si solo contamos los debates televisivos con relación a las elecciones generales, pues su uso se ha extendido también a elecciones autonómicas y sus respectivas cadenas televisivas.

A pesar de su reciente uso en España, no se ha tardado en establecer que los debates electorales constituyen una de las pruebas más exigentes para los políticos contemporáneos, pues cada uno de estos debates supone una ocasión de los candidatos para defender sus ideas y programa, así como una oportunidad de los espectadores para ver, escuchar, comparar y decidir. Además, generan una discusión fundamental para el proceso democrático y son los vehículos perfectos para orientar políticamente a los ciudadanos. Se sitúan así entre las mejores herramientas educativas que ofrece la democracia actual, con un potencial importante para promover la deliberación y decisión electoral informada, contribuyendo así a elevar la calidad de los procesos democráticos. La oposición y la disparidad quedan así cada vez más confirmadas como componentes valiosísimos de la maquinaria democrática, dejando en cada debate, discusión o planteamiento un fresco para la sociedad más allá del mero entretenimiento. 

Bibliografía