1.2. El enfoque cultural aplicado a los medios audiovisuales y su contextualización histórica

La guerra parece estar dividida en sectores que resquebrajan los estándares de lo que entendíamos que era. Según la RAE, se podría definir como la “lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación”, pero en esta sociedad repleta de información almacenada en memorias externas, la extrema dificultad de arreglar nuestro infectado modelo socioeconómico no es nada en comparación con el desconocimiento de la identidad de quienes manejan los hilos del mundo a través de la segmentación de la guerra por nichos.

A veces, necesitamos que nos agarren de los hombros y nos zarandeen para despertar nuestras mentes adormecidas. La ingeniería social que se ha ejercido para desviar la atención hacia las nuevas plataformas generadoras de contenido audiovisual en lugar de hacia quienes están detrás de la producción potencial de cine, tan solo es una de las muchas formas de construir una guerra.

Y es que lo cierto es que no tenemos ni idea. Solíamos pensar en Estados Unidos como la mayor potencia mundial pero, ¿realmente es así? Si algo nos está demostrando el conflicto de Rusia y Ucrania es que no.

Puede que, como afirmaba Noam Chomsky en su obra ‘¿Quién domina el mundo?’ (2016), su acceso a mercados clave y su derecho a utilizar la fuerza militar para modificar la opinión pública, la trayectoria que ha experimentado hasta hoy o su enorme influencia y poder incluso por encima de organizaciones como la ONU nos hayan despistado. También la idealización de presidentes como Barack Obama y sus grandes estrategias para hacer de presidentes, banderas y políticas una secta sostenida por la iglesia y las armas.

Sin duda, el gobierno de los Estados Unidos ha llegado a utilizar su política de “paz y ayuda a otros países” encabezando movimientos que buscaban un mero interés personal y que, a fin de cuentas, creaban una plutocracia encabezada por el mismo, reflejándolo en asuntos como el de la relación de EEUU e Israel en contra de Palestina. Atrocidades del tipo de los Acuerdos de Oslo (1993) donde se erradicaron los derechos del pueblo palestino son algunos de los hechos que podemos visualizar en cuanto al impacto cultural que tiene el poder de naciones como esta, que garantizan que dicho pueblo no tenga acceso al exterior y se impida su desarrollo.

Sin embargo, volvemos a prestar atención a lo que quieren que genere debate y olvidamos que hemos de ceder importancia a los conglomerados multinacionales o grandes instituciones financieras, cuyo egoísmo y desprecio a las “clases bajas” ha dado lugar a una concentración de poder sin precedentes. Y es precisamente ello lo que protagoniza el pensamiento del economista y filósofo Adam Smith (1723-1790) en la teoría de “todo para nosotros y nada para los demás”. Pues, a partir de los continuos y evolutivos cambios, ajustes y nuevas formas que el proceso social va desencadenando, en el orden mundial, en la formación jurídica dominante, en la estructura de poder, en la organización institucional política y territorial, y en el dominio de lo cultural y lo ético, se va generando nuestra inclinación hacia los bandos que monopolizan el panorama mediático que nos rodea.

Las nuevas políticas públicas, el desarrollo y extensión de Internet y las inversiones de capital, han favorecido que surjan los nuevos “grandes gigantes audiovisuales”. Asistimos a un panorama en el que existen empresas como BAT (Baidu, Alibaba y Tencent), que se dan la mano junto a desarrolladores inmobiliarios como Wanda y han conseguido crear su propio ecosistema dentro del mercado del entretenimiento actual.

De este modo, los grandes gigantes tradicionales occidentales han pasado a segundo plano. La industria china de entretenimiento se encabeza junto a la estadounidense con el objetivo de convertirse en la más grande del mundo. De hecho, el cine chino está internacionalizándose en los últimos años gracias a la inversión extranjera, realizando coproducciones que le permiten penetrar el mercado global y pasar del 6% de las producciones totales presentadas en las pantallas chinas en 2014 a casi el 60% en dos años.

Pero en esta ecuación no solo entra China, no nos olvidemos de Bollywood. ¿Realmente es más potente que Hollywood?

Aunque las taquillas lo niegan, es innegable que India se ha hecho un hueco como uno de los mayores mercados cinematográficos del mundo. Con su gran audiencia, en tan solo un año es capaz de producir casi 2.000 largometrajes traducidos a más de 20 idiomas, una cifra inalcanzable para cualquier otro mercado. De acuerdo a la plataforma de datos de negocio statista, en 2020 se vendieron alrededor de 360 millones de entradas, que marcaron la segunda asistencia más elevada del mundo, solo superada por la registrada en China.

Con Hollywood ocurre algo distinto, factores como el desarrollo de la vida urbana y la búsqueda del ocio y el entretenimiento son los mayores responsables. En un momento en el que nace el auge comercial y el deseo del consumismo, el público se ha acostumbrado a atender a un cine basado en el individualismo en diferentes representaciones de la realidad y la respuesta colectiva es la que adquiere peso. Así, se crean productos basados en el pensamiento único que mejor acoge la audiencia.

“Adulterios felices, prostitutas sin complejos, delincuentes convertidos en héroes y fiestas en las que no faltaba la cocaína. Hubo un tiempo en el que las películas del viejo Hollywood escaparon del control de la censura”, o al menos así lo describía el diario ‘La Nueva España’. Sin duda, la edad de oro de Hollywood fue muy bonita, pero tenemos que aprender a decirle adiós.

Y es que, otra cosa no, pero el cine se ha transformado en un medio para llegar a lo más hondo de nuestros pensamientos y moldear esa visión, en ocasiones distorsionada, que hemos adoptado acerca de las culturas y países que veíamos desde lejos. Esta herramienta de unificación ha puesto en común constantemente técnicas, efectos especiales, trucos y formas diversas de expresar y retratar crítica y realidad desde los ojos de numerosos directores y, más adelante, directoras. A modo de prismáticos, el séptimo arte nos acompaña a la gran pantalla para enfrentarnos a aquello que creemos, que nos asusta y nos cautiva al mismo tiempo e incluso hacia aquello que queremos y con lo que siempre hemos soñado.

Lo que parecía construir un espectáculo de masas se convierte ni más ni menos que en la propia construcción del lenguaje de hoy, en el imaginario colectivo con el que proyectamos realidades y entendemos el mundo que nos rodea y su bagaje, y por lo tanto, ha de cambiar como lo está haciendo.