3.1 Historia y evolución de la radio

Cualquier documento audiovisual basado en la historia tiene la decisión de representar la realidad como la dirección productiva prefiera. El contexto actual del momento, la realidad de la época representada o la propia proyección que los responsables de la producción consideren.

De la misma forma cualquier director, antes de comenzar a producir su documental debe elegir un enfoque y los protagonistas de este. Pueden ser ficticios si estos ayudan a mejorar la idea dramática representada o pueden ser correspondientes con la realidad.

El punto de enfoque puede deberse a factores políticos condicionantes por la época de emisión, pueden poner el foco en factores menos relevante de la historia pero que sirven de hilo conductor o, por ejemplo, fortaleciendo una idea generalizada en la sociedad.

Prueba de la capacidad de influencia de este tipo de productos audiovisuales es la utilización por parte de EE. UU. durante la guerra fría para conseguir cambiar la percepción occidental sobre la segunda guerra mundial.

El poder del cine es espectacular. Su papel histórico para moldear conciencias ha ido intrínsecamente ligado a una opción de ocio tremendamente popular en los países occidentales desde los años veinte y treinta del siglo pasado.

 Era lo suficientemente barato como para que las clases trabajadoras pudiesen permitírselo con asiduidad y lo suficientemente popular para que los más pudientes también quisiesen asistir a las proyecciones. Esta afición hizo del cine el primer producto cultural consumido a gran escala en las sociedades desarrolladas.

El poder de la imagen le otorgaba una ventaja fundamental sobre la radio, por lo que rápidamente algunos Gobiernos tomaron conciencia de los beneficios que se podían obtener de su instrumentalización política.

El uso del cine en la propaganda de la Alemania nazi es bien conocido y supone uno de los primeros ejemplos de cómo este arte se convierte en un pilar clave en la homogeneización del pensamiento, no ya por la censura, que cribaba qué se podía ver y qué no, sino por el despliegue técnico y artístico que hacía de la propaganda un producto agradable de ver.

No hay que olvidar que el cine siempre ha sido la suma de un conjunto de elementos y el mensaje es solo uno de ellos, no necesariamente el más importante. Así, el cómo se contaba era tan importante como qué se contaba.

Imagen de un soldado soviético sobre el Reichstar en la conquista de Berín

Las Fuerzas Armadas estadounidenses plantearon reclutar a algunos de los directores de cine más reputados de la época, hoy auténticas leyendas de la cinematografía. En aquellos turbulentos cuarenta se unieron a la empresa John Ford, John Huston, William Wyler o Frank Capra, entre otros. Su misión: trascender los hasta entonces simples documentales militares y llegar al público estadounidenses con producciones de calidad, profundas y que revelasen el trasfondo de la guerra.

Aquel proyecto tuvo una acogida dispar pese a contar con ambiciosos despliegues como el diseñado por Capra, llamado Por qué luchamos. Sin embargo, este episodio, que ha pasado a la Historia de manera bastante discreta, marcó tanto a los directores personalmente como su filmografía posterior y el propio devenir del cine en décadas posteriores. En absoluto es casualidad que nada más regresar de la guerra, en 1946, Capra se pusiese tras las cámaras con Qué bello es vivir, película merecidamente presente en cualquier clasificación de las mejores producciones de la Historia del cine como un alegato de la bondad humana y la primacía del bien sobre el mal.