5.3. Ciberespacio, cibercultura y medios de comunicación

¿Qué ocurre con la llegada del internet y de los Smartphone? ¿Qué uso le dieron los usuarios y usuarias? ¿Y qué uso le están dando actualmente? Son muchas preguntas y respuestas las que se me ocurren para este breve espacio. Pero sé que en términos generales a Internet le dieron dos caminos: uno bueno y uno malo. Que, en realidad, son los dos caminos básicos que se le da a todo lo nuevo que aparece, a todo aquello que se utiliza sin saber cómo funciona y sin pensar en las consecuencias.

El camino bueno que han tomado las nuevas tecnologías lo definiría en una palabra: unificación. Porque Internet ha ayudado a que todo tipo de personas contribuyan a una causa común, sea la que sea. Y podría poner millones de ejemplos de todos los que he escuchado, pero el que de verdad me ha puesto los pelos de punta y los ojos brillantes ha sido el siguiente:

Mujeres apoyando a mujeres y haciendo la lucha contra la desigualdad de género mucho más fuerte y poderosa, mucho más llamativa, como las mujeres de España movilizándose para apoyar a las mujeres de Argentina con la legalización del aborto.

Como he dicho, podría poner muchísimos ejemplos más. Sin embargo, no quiero centrarme en la rama buena de las nuevas tecnologías, quiero centrarme en el camino malo. Quiero centrarme en una de las cualidades de las nuevas tecnologías que, a mí, desgraciadamente, me ha tocado vivir: la manipulación y la falsificación.

Cuando nos dicen “manipulación en los medios de comunicación” enseguida pensamos en empresas que nos engañan para que compremos sus productos a través de anuncios publicitarios o en periódicos que escriben siempre favoreciendo a unos o a otros.

Y cuando nos dicen “falsificación” pensamos en documentos como los DNI’s, los pasaportes y algo más actual como los certificados de vacunación contra la COVID-19.

Pero nadie se para a pensar en las consecuencias de estos actos, ni cómo podrían terminar si se descubren, sobre todo los casos más graves. Aunque también es cierto que las leyes se aplican de forma diferente según el nivel de poder que se tenga en la sociedad. Pero ese es otro tema y ahí no me quiero meter porque ni estoy bien informada ni quiero irme por las ramas.

Volviendo al tema de la manipulación y la falsificación en las nuevas tecnologías, aunque estos dos conceptos se puedan encontrar en cualquier lado si investigamos y profundizamos de forma correcta, me gustaría poner el foco en los perfiles de las redes sociales.

Un perfil de Twitter o Instagram se lo puede crear cualquiera y, de cualquier forma, es decir, que una persona puede abrir uno falso inventándose todos los datos y ninguna de estas redes sociales verifica si la identidad es correcta, solamente se preocupan de que sus usuarios tengan una edad mínima para entrar. Pero claro, eso tampoco funciona porque si quieren hacerse un perfil lo van a conseguir. ¿Y a qué van a recurrir para ello? Exacto. A la falsificación. Van a decir que en vez de diez años tienen veinte y así no les suspenden la cuenta.

Quizá al leer esto estés pensando: “vaya tontería, no les va a pasar nada por eso”. Y es cierto, pero el problema aparece cuando esas tonterías se multiplican y pasan a un ámbito más grave. Por ejemplo, cuando ya no solo es la edad la que falsifican, sino también su nombre e incluso su rostro, robándole las fotografías a otra persona y publicándolas como propias, y como un juego las personas se vuelven adictas a esta mentira llegando a cambiar su propia personalidad hasta alcanzar un punto en el que ya no sabemos quién es quién en la red.

La mayoría de estas personas son hombres que quieren intentar algo con mujeres, generalmente más pequeñas que ellos, a través de aplicaciones como Tinder (que, por cierto, como dato curioso, ha cumplido diez años de amor y sexo, sobre todo de sexo). La socióloga Eva Illouz dijo que «los hombres usan sus proezas sexuales o el número de conquistas para sentirse validados. Las mujeres quieren ser amadas. Son, por tanto, más dependientes». Entonces, me pregunto, ¿esta aplicación realmente nos ayuda? Porque yo creo que no.

Pero no solamente existen hombres manipuladores, falsificadores y timadores en la red. También hay casos de mujeres como le ocurrió a Noelia Ramírez, redactora de El País, que contó en una newsletter que una escocesa de mediana edad llamada Susan la timó con el alquiler de un piso a través de Idealista. O como me ocurrió a mí, que conocí a un chico por internet y a los meses descubrí que detrás de ese perfil que se había creado había una chica. Eso sí, un arte el de engañar para ser capaz de recordar todas y cada una de las mentiras que iba diciendo. Después descubrí que no fui la primera a la que engañó, pero sí espero haber sido la última.

Incluso antes de las nuevas tecnologías, ya existían mujeres timadoras, aunque su objetivo era muy diferente al de los hombres, ya que querían estafar a los ricos para serlo ellas también. Recordemos a Jeanne de Saint-Rémy, que hizo creer a todos que era íntima amiga de Maria Antonieta sin serlo; a Wang Ti, que hizo correr el rumor de que era hija ilegítima de un político famoso; o a Anna Delvey, de la cual podemos conocer más en la serie de Netflix ¿Quién es Anna?, donde cuentan su historia. Casos que aquí explican mucho mejor que yo.

Ya sean niños, niñas, mujeres, hombres, adolescentes, jóvenes, ancianos…, cualquier persona con un Smartphone a su alcance, con la posibilidad de sumergirse en las nuevas tecnologías, tiene en su mano un gran poder y son las únicas personas con la capacidad de decidir si empezar a andar por el camino bueno o por el camino malo del internet. Como el tío Ben le dijo a Spiderman: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.

Como con todos los aspectos de esta vida, si queremos que algo cambie de verdad, lo que tenemos que hacer es enseñárselo a los más pequeños y las más pequeñas desde la tierna infancia. Porque así ellos y ellas crecerán sabiendo que, por ejemplo, si las redes sociales les piden que tengan que tener trece años para registrarse y crearse una cuenta, se esperarán a tener los trece años para hacerlo. Y que si tienen algún problema con alguna de estas redes sepan que pueden acudir a la mamá o al papá para que les ayuden.

Quiero destacar lo importante que es esto y más teniendo en cuenta que cada vez los niños y las niñas tienen un Smartphone cada vez a una edad más temprana. Yo recuerdo que el primer móvil que tuve fue uno de esos que tenían una tapita que solo servía para llamar y me lo compraron a los diez años porque me iba dos semanas de campamento y de alguna forma tenía que comunicarme con mis padres. Les llamaba todas las tardes para contarles qué tal el día. A los doce años tuve mi primer Smartphone, pero lo compartía con mi padre. Y no fue hasta los trece cuando tuve el mío propio. Sin embargo, ahora veo a niñas y niños con menos de diez años que con sus teléfonos móviles propios de última generación suben fotos y vídeos a sus cuentas de Instagram, Twitter e incluso Tik Tok como si fueran influencers. Ay, los y las influencers… de ese tema hay para hablar durante varios días, pero por esta semana lo dejamos aquí.