1.3 La aplicación de los medios audiovisuales a la perspectiva de género

Coser, coser y más coser. Que no nos mientan, la industria de la moda ha engullido al espectro audiovisual. Ya sea por la química entre ambos o por la estrecha relación que tienen los intereses de directores y marcas, cine y moda se han encargado de crear una fulminante relación de dependencia desde el siglo XX.

Si bien pertenecer a un grupo social se ha convertido en algo inherente, la moda consigue ser el factor unificador que lo hace posible poniendo en bandeja la oportunidad de ser quien quieras cuando lo desees. Todo un genio de lámpara que nos conduce a pensar en los modelos visuales que han construido nuestra personalidad o, lo que es más importante, nuestra inquietud por lograr ser esos iconos sensuales con los que el cine se ha encargado de seducirnos en tantas ocasiones.

Tan solo hemos de pensar en actrices o cantantes que se adueñaron de las pantallas como son:  Louise Brooks, Audrey Hepburn, Brigitte Bardot, Liza Minnelli, Norma Jeane Mortenson, comúnmente conocida como Marylin Monroe o Cher entre otras muchas. Todas ellas, apoyadas en grandes diseñadores, se han encargado de crear una carta de presentación basada en el culmen de la sensualidad y, sobre todo, nos han insertado los estereotipos femeninos que han pasado a construir nuestra sociedad y los estándares políticos y cánones estéticos que no hacen más que “fabricar” visiones de una realidad alienada por el machismo. Así, contamos con el modelo de mujer madre, mujer objeto, mujer “embellecida” por una feminidad construida por hombres desde hace tiempo.

A fin de cuentas, “la moda adopta el papel de herramienta psicológica, pero también se convierte en un instrumento de rivalidad social en una sociedad fuertemente jerarquizada”, tal y como afirma el profesor del departamento de Historia de la Universidad de Warwick (UK), Giorgio Riello, en su obra Breve historia de la moda (2016). En ella, abarca el poder de las fuerzas políticas, sociales y económicas cuando se trata de alterar las jerarquías sociales, el género, el deporte o las subculturas urbanas, haciendo un recorrido desde la Edad Media hasta la actualidad y desde un punto de vista sociológico.

Sea como sea, no cabe duda de que la moda es un motor de procesos de socialización e individualización donde el poder mediático y los intereses económicos de grandes empresas del sector tienen el papel protagonista. Tanto es así, que no podemos olvidar que en la década de los 30 asistíamos a una sociedad en la que, desde el corte y el cosido de la tela hasta el corte y el cosido del film, existían figuras como la de Elizaveta Svilvova, cineasta y editora rusa más conocida por hacer películas con su esposo Dziga Vertov y su cuñado Mikhail Kaufman, que permanecía tan invisible como la voz del cine mudo de la época. Los nombres de montadoras como ella no aparecían en las pantallas, ni si quiera se reconocía que fueran “editoras”, su presencia se basaba en su habilidad con las manos y su sentido estético. Ocurre entonces lo mismo que apreciamos en la actualidad, ¿por qué todo el mundo habla de Dziga Vertov y no de ella cuando se trata la importancia del cine soviético de los años 20? ¿Por qué no damos la importancia que merece a esta figura que representa la opresión de tantas otras?

Cine y moda son las artes más visuales con las que entender el mundo de finales del siglo XIX y llegar hasta el poder de estos perversos sistemas comunicativos que construyen la identidad humana hasta el siglo XXI. Una estética táctil donde los personajes salen de la pantalla y transmiten emociones, personalidades y lo que recuerda a la idiosincrasia del mundo publicitario. El afán por conseguir la riqueza visual es lo que se aprecia en el cine de directores que han revolucionado el mundo de la moda y que apuestan desde un primer momento por remover a su público en el asiento.

Aparte de una estrategia publicitaria, la función de la moda en la construcción narrativa cinematográfica es innegable a la hora de añadir familiaridad y dar al espectador la posibilidad de identificarse con el personaje. Aunque apelar a los sentimientos es puro marketing, todos caímos en la trampa de deleitarnos con: Givenchy y Audrey Hepburn en Sabrina(Billy Wilder, 1954), que fue candidata a 6 Premios Oscar y ganó el galardón a mejor vestuario; el drama psicosexual de Darren Aronofsky en El Cisne Negro (2010) de mano de Natalie Portman como actriz principal y a cargo de Amy Westcott,  Kate y Laura Mulleavy (marca Rodarte) y Yumiko Takeshima (especialista en vestuario de ballet con taller en Sevilla); o los toques lorquianos del diseñador Francis Montesinos en Matador (Pedro Almodóvar, 1986), que retratan el Madrid de la Movida por el que el cineasta siempre se deja llevar y que según él, fue «una mezcla de Lorca y películas gore que parodian el mundo de la moda, los modistos y sus maniquíes». Osea, nos gusta el drama en todo su esplendor y, si hay sexo de por medio, mejor.

Como afirma el propio Almodóvar: “La ropa está ahí para transmitir emociones”, pero eso que se lo digan a la sex-symbolfrancesa Brigitte Bardot, que gracias al cine se convertiría en una de las mujeres más deseadas del planeta junto a Marylin Monroe o Madonna.

Simone de Beauvoir, una de las intelectuales y feministas más importantes de occidente, publicó un ensayo titulado Brigitte Bardot y el Síndrome de Lolita (1976), por el efecto que tuvo la imagen de Bardot en la percepción de la mujer a partir de la década de los cincuenta, donde el boom de los medios de comunicación de masas contribuyó más aún. Los sentimientos quedaban en segundo plano y daban paso a la mujer objeto símbolo de la sensualidad. “Empecé siendo una pésima actriz y eso es lo que he seguido siendo, una pésima actriz” declaraba la misma Bardot.

Ya no estamos en los cincuenta, pero un siglo después la situación no ha cambiado demasiado. Eso sí, el cine influye en costumbres y usos sociales, y, tal y como señala Ruth de la Puerta (2015), existen hitos en la evolución de la moda a través del cine que han marcado puntos de no retorno. Durante todo el siglo XX se encuentran ejemplos de estas transiciones. Sin embargo, no es hasta la década de 1920, con la creación de las majors, cuando la relación entre moda y cine comienza a ser destacable. Sobre todo, a partir del período de posguerra, cuando se producen los cambios e influencias más notables, es cuando el cine contribuye a visibilizar y extender y la profesión de diseñador de vestuario comienza a dignificarse y a cobrar más peso.

La sinergia de ambas formas de arte ahora se extrapola a la televisión, a la publicidad e incluso a las redes sociales y a la música. Tan solo hay que ver la audiencia de programas de entretenimiento como Keeping up with the Kardashians(2006-2021) con 4,8 millones de espectadores en 2010. Las nuevas actrices sensuales se han convertido en influencersque pueden llegar a llamarse actrices por generar contenido ilimitado y redirigir los focos hacia sus vidas personales, ocultando bajo ese disfraz a verdaderas empresarias del siglo XXI.

El panorama mediático avanza tanto como sus nuevas necesidades. Sin embargo, seguimos manteniendo esa figura pensada para dar ejemplo acerca de cómo conseguir ser un icono de cara a la sociedad y que, en realidad, no hace más que contribuir a lo que las fuerzas político-económicas apoyan sosteniéndose sobre los pilares del sensacionalismo y la cosificación sexual.